
El arte de hacerse la tonta: una habilidad subestimada
Hacerse la tonta puede parecer algo fácil de llevar a cabo, pero en realidad es mucho más complicado de lo que cualquiera podría imaginar. Lo cierto es que esta habilidad —porque sí, lo es— requiere tiempo y práctica para perfeccionarse.
¿Por dónde empezar?
- No tomarse demasiado en serio. Es fundamental aprender a reírte de ti misma y no dar demasiada importancia a lo que otros puedan opinar.
- Dejar de preocuparte por lo que piensen los demás. Habrá quienes te consideren infantil, estúpida, simple o incluso despistada, alguien que ni se entera de nada. Vamos, del tipo de persona que ni se percataría si un cerdo cayera a sus pies.
¿Por qué funciona?
Cuando consigues dominar esta habilidad, notarás algo interesante: las personas dejan de verte como una amenaza. En lugar de eso, te consideran el eslabón más débil, alguien a quien no es necesario prestarle mucha atención. Esto puede ser increíblemente útil en ciertas situaciones.
Un ejemplo histórico
No soy la primera en darme cuenta de esto. El emperador Claudio, de la antigua Roma, ya comprendió el poder de pasar desapercibido. A pesar de que el Senado romano y su propia familia le despreciaban por su tartamudez y creían que era inútil, Claudio les dejó pensar exactamente eso. ¿El resultado? Contra todo pronóstico, llegó a ser emperador de Roma. Y no solo eso, sino que fue uno de los mejores gobernantes que la historia ha conocido.
La lección
Cuando el «demonio» —es decir, quienes te subestiman— cree que eres tonta, no solo te dejan en paz, sino que también bajan la guardia. Y ahí es donde está la verdadera ventaja. Hacerse la tonta no es un signo de debilidad; es una estrategia sorprendentemente efectiva cuando se sabe usar.
Espero Curly, que este texto te sirva para aprender, defenderte, sin mover ni un dedo.
Un saludo. Hasta el próximo post





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