Cuando la luz se apaga: lecciones desde la oscuridad

Un lunes cualquiera… hasta que dejó de serlo

Un lunes 28 de abril, a las 12 del mediodía, sin previo aviso—igual que la pandemia—la luz en España se apagó. El país quedó sumido en la oscuridad, como si de una película de ciencia ficción se tratara. Y, al igual que entonces, nadie sabía cuánto duraría aquello.

«Eso aquí no pasa»… hasta que pasa

Lo impensable ocurrió. En Europa. En pleno siglo XXI.
Porque esas cosas, decimos, solo pasan en otros lugares:
En Estados Unidos, donde la gente se lanza a la calle, saquea o simplemente espera que vuelva la luz.
O en países del llamado «tercer mundo», donde las infraestructuras son frágiles y los cortes son parte del día a día.

Pero esta vez fue aquí. Porque el bienestar nos ha hecho olvidar algo esencial: hoy, todo es posible. En cualquier parte.

¿Aprendimos algo de la pandemia?

Creímos que sí. Que el golpe global nos haría más humildes, menos soberbios. Que entenderíamos que no todo se puede controlar.
Pero no. Una vez más, la realidad nos golpea y seguimos sin entender.
No sabemos cómo ni por qué ocurrió este apagón. Solo que ocurrió. Y que podría volver a pasar.

Al menos, esta vez hubo calma

Y eso importa.
No hubo caos, ni gritos, ni histeria colectiva.
No vimos gente vaciando supermercados o peleando por agua.
Tal vez, algo sí aprendimos: la calma importa.
Porque la calma salva vidas.
Y ayuda a que todo vuelva más fácilmente a su lugar.

¿Y ahora qué?

Cuando todo vuelva a la normalidad—porque volverá—quizá deberíamos hacernos una pregunta incómoda pero necesaria:
¿Qué hacemos con esta experiencia?
¿Seguiremos repitiendo con altivez «eso solo pasa en el tercer mundo»?
¿O haremos un verdadero ejercicio de humildad?

Porque la realidad ya nos lo gritó a la cara:
Nadie está libre.

Ni de pandemias.
Ni de apagones.
Ni de que el mundo, un día cualquiera, se detenga por completo.

¿Y si la próxima vez no son horas… sino semanas o meses?

¿Seguiremos negando la evidencia?

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